Soy esa rama verde que asoma de la piedra en lo alto de la ladera empinada de los montes, esa pobre e indefensa rama que nada tiene que decirle al viento, tan sola y desprovista de grandeza; la brisa suave golpea mi rostro como emulando un bello y suave beso, el cual si arrecia, causaría mi muerte irremediable arrancándome este hálito de vida verde.
Pequeña entre grandes murallones, pequeña también entre el espacio transparente que me rodea; rama verde que tímidamente me abro a la vida, ávida y con firmeza me sujeto a la roca, de esta forma me sustento ante lo inevitable.
La vida, la escasa oportunidad medida en que uno respira, despierta y visualiza; como este verdor que existe sin tierra que me acoja, de esta forma vivo inexplicablemente sintiéndome omnipotente, nada soy en verdad ante la gran flexibilidad de los acontecimientos.
Soy esa rama verde que asoma de la piedra en lo alto de la ladera empinada de los montes, me asombro saberme ella... y aún la última palabra no está dicha.