Hay un momento, en que uno debe empezar a cuestionarse a si mismo. Interrogarse sobre su propia naturaleza. Ahondar en sus sentimientos y en sus ilusiones. Bucear por entre el limonar de su espíritu y coger el fruto que se le ofrece.
Tal vez nos extrañe al principio, pues, muy probablemente, no somos aquello que creemos ser. En gran medida porque los materiales que elegimos para reconocernos no dependen de nosotros. Casi todos cometemos el error de tratar de ser como los demás nos ven o desean vernos. Debemos aprender que la existencia está construida con materiales intangibles –todo aquello que merece realmente la pena no puede tocarse, si descontamos, casi huelga el comentario, a las personas y los objetos a los que amamos.
Leí una vez una frase de Paulo Cohello que decía que cuando alguien desea algo verdaderamente todo el universo entero conspira para que lo consiga. Soy de esa misma opinión. Y entiendo que no hay mayor búsqueda, mayor anhelo, mayor aventura que la búsqueda de uno mismo.
Esa búsqueda no se empieza, nos llega. No se halla nos inunda. Nos sacude, nos destruye y nos reconstruye. Nos hace nuevos de una manera definitiva. Depende de nuestra actitud, de nuestra capacidad de desterrar los mil rostros teatrales tras los que nos escondemos. Radica –de una manera fundamental– en despojarnos de nuestros prejuicios y nuestros miedos más íntimos.
No es un camino fácil. Esto es algo evidente. Pero es que vivir no lo es. Al menos en el sentido puro del término. Creo que hemos olvidado el valor del esfuerzo, del sufrimiento como motor de crecimiento. No se trata de envolvernos en él sino, una vez sucedido, en sacar lo que nos ofrece: capacidad de lucha, de supervivencia. Eso que algunos llaman: el coraje de vivir. Y al que llegamos sólo si somos capaces de vivir con intensidad, de aceptar lo bueno y lo malo con lo que se nos obsequia. Y digo obsequia porque no debemos olvidar que no hay mayor regalo que la vida. No la tiremos por la borda, no la dilapidemos. Vivamos, sí pero también seamos. No se trata de ser esto o lo otro, se trata, en última instancia, de ser o no ser. Pues vivir de espaldas a nosotros mismos puede llamarse cualquier cosa menos vida.