miércoles, 27 de agosto de 2008

un recorrido...

Soy movimiento, mar y lágrima. Soy simple, transparente y cristalina, ligera y ágil. Mi existencia es breve me evaporo; cuando acaricio me adhiero a la piel y soy difícil de olvidar. Me parezco al rocío que besa a las flores. En un día caluroso formo un placentero caudal de líquido salado que brota a través de canales de expresión: los millones de pequeñas salientes llamados poros.
Si me ha observado, sabe entonces que cuando me abandono y me entrego a un cuerpo vibrante no soy tímida para escabullirme y mojar la carne.

Viajo como una vagabunda solitaria que navega por un cuerpo que destila deseo a mi paso. La sensación de mis caricias escurridizas emana tentación y voluptuosidad.

Soy ese fluido que escapa y se escurre lento por la espalda dejando a su paso un hilo de cosquilleo. Si salgo de la sien, discurro despacio por la mejilla, rozando el lóbulo de la oreja, la inquieto, y ruedo perezosa por todo el cuello hasta su base en donde descanso un instante. Sigo el descenso despacio por el torso y resbalo por los pechos en línea recta, al tiempo que acaricio el esternón. Sin prisa, fluyo por entre los pechos y caigo en el ombligo… me dejo acoger un momento entre las rugosidades del infinito laberinto, y vuelvo a salir para correr por el vientre y despertar a las entrañas que casi gritan al sentirme.

Si mi aventura comienza en una axila, vago lenta por los costados y refresco la piel acalorada provocando un hormigueo sutil, pero no inadvertido, que llega hasta la cintura adormecida por el calor.

Gozo cuando unos labios buscan mi humedad para saciar la sed de placer. En este afán recorren impacientes cada fragmento del cuerpo, alternando con la lengua morbosa que desea succionarme. Me mezclo en una mar de gemidos, al tiempo que unas manos firmes se pierden en la suavidad de la carne ávida de placer. Poco a poco los dedos toman el control y pierden la decencia en el juego. Comienzan a poseerse. Un segundo, un minuto, una hora, el tiempo no es importante, no existe. El temblor se apodera de los cuerpos que se estremecen extasiados… Todavía jadeante una boca me busca en la comisura de su labio para embriagarse con el sabor de mi propia vida.

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