miércoles, 15 de octubre de 2008
EL CRISTO ERA YO!!!
Un tipo miserablemente vestido, se aproximaba por la calle solitaria. Sus ropas escondían a un cuerpo famélico, de largas barbas y ojos tristes. Recordé al Cristo de Mayo y, de inmediato, me sobrevino un ataque de conmiseración. –Pobre hombre-me dije-, él, tan paupérrimo y otros viviendo en ciega y sordomuda opulencia. Y como la piedad y la caridad gatillan la acción, mi mano, descendió rauda a mi bolso y hurgué, buscando un par de monedas de cien colones.
–Un sándwich de mortadela ha de saberle a gloria-pensé y agregué cien más, por si no quedaba mortadela y sí jamón, que tiene un precio más alto. Puse doscientos pesos más, el jamón es infinitamente más caro que la mortadela y con eso debiera bastarle.
El tipo ya estaba a unos pocos pasos y pensé: -El pan provoca sed y querrá tomarse un refresco.
Por lo que hurgué una vez más en mi bolsillo y encontré trescientos colones y varias monedas de cincuenta.
A medida que se acercaba, el parecido del tipo con el Jesús de Nazareth me pareció abismal. Trescientos más por el parecido-me dije y cuando el hedor de éste humilde redentor invadió el espacio circundante, le extendí mi prebenda. Él, la recibió con gesto de rapiña y la guardó en un bolsillo que, más bien, parecía un parche sobre un maremágnum de parches.
Noté que el tipo lucía una dentadura perfecta, blanca y deslumbrante, igual que las de las modelos de la TV. Sus labios se curvaron graciosamente y pensé que iba a pronunciar sentidas palabras de agradecimiento. El hombre entreabrió el que parecía haber sido un sobretodo y extrajo lo que pensé debía ser una Biblia.
-Pase todo lo que tenga- gruñó con una voz que no tenía nada de santa. En sus sucias manos, empuñaba una pistola.
Tomada por la más absoluta sorpresa, busqué nerviosamente en mi bolso. En ese crítico instante, imaginé que con los cuarenta y siete mil y un resto de colones que yo portaba, el tipo aquel podría comprarse un buen almuerzo, una cena. O pagar un alquiler en algún hotel.
Y a medida que me iba despojando de mi saco de vestir de marca, de mi célular, de mi ipod, de mis zapatos y de mi bolso de cuero!!! el cual contenía -lo que hasta estos momentos recuerdo-: tijeritas, cartera de cosméticos, la cartera de cuerpo porta-tarjetas-chequera-monedero, con tarjetas, cédula, facturas, decenas de decenas de “bauchers” las fotos de mis hijas recién nacidas y de algunos otros familiares cercanos, hilo y aguja, cortauñas, cuchilla con de todo (pero de todo, todo) marca “suis armi”, toallas sanitarias, clinex, crema, un perfume de muestra, un espejo extra, pinzas, dos juegos de llaves: uno de la casa y otro del carro, los documentos del “seguro”, el portarjetas (sin tarjetas, porque nunca recuerdo cargarlo, solo cuando necesito entregar alguna), una receta que siempre quiero hacer y por eso la andaba ahí, un ejemplar del libro , la cajita de un medicamento que debía comprarle a mi madre, ah y desde luego: los cuarenta y siete mil y un resto de colones los –por precaución ante un robo- guardaba en la bolsa secreta del bolso, (secreta para quién??? me pregunto ahora) y múltiples objetos que no recuerdo pero sé que cuando los vaya a usar los recordaré, los mismos que por años he cargado en mi bolso, objetos sin los cuales jamás salía de mi casa, medité: -Entregarle a un pobre, es ofrendar a Dios.
Y sin nada más que yo misma, pensé que, aunque el tipo se parecía más a Bin Laden que a Jesucristo, Dios nos somete a estas pruebas para verificar la nobleza de nuestro corazón.
Los policías, que abordé para que se fueran tras el Jesucristo “ladrón”, iniciaron un interrogatorio tal, que con sus dudas y burlitas me estaban haciendo sentir que el Cristo era yo…
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2 comentarios:
La verdad uno ya no sabe cuando va a terminar crucificado en cualquier esquina...
Creo que de todas formas se ayuda más si en lugar de sacar unas monedas compasivas, que seguramente terminarán hechas crack o guaro, tratamos de apoyar proyectos como el que ilustró Heidy...
¡¡¡Me hiciste reir mucho con tu relato!!!!!!!!! Me recordó la vez que me asaltaron junto a dos amigos el día de mi cumpleaños. Los tres asaltantes (uno para cada víctima) pidieron los salveques y procedimos a entregarlos, pero yo sumido en miedo me metí las dos manos a las dos bolsas del panta y les di hasta el último cinco, y luego tomé la bolsa con los regalos recolectados durante el día y la entregué, y el gentil asaltante lo recibía todo, tan así que parecía que yo estaba atrasando la misión cumplida de los otros dos. Me pienso que si no se hubieran ido me empiezo a quitar la ropa para dársela... pero por suerte salieron rápido en busca de otros clientes...
"La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida..." dijo Rubén Blades
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