martes, 14 de octubre de 2008

Vino y Margaritas...

El olvido ha sido algo que me ha molestado desde siempre, mi madre ha tenido que ver en eso sin siquiera sospecharlo.

Recuerdo una tarde con unos pocos años en la piel, llevaba entre las manos un ramo de flores, apenas podía con ellas que, ahora creo, no eran tantas, -es sabido que cuando somos niños todo es más grande o más lejos-. Me tapaban casi toda la visión, sólo podía ver el brazo derecho de mamá que yo seguía de manera fiel.

“Es acá” susurró de pronto arrebatándome, con emoción, las flores y vi un montículo viejo, una cruz, un nombre ilegible justo en su centro, el marrón rodeándolo todo, un recuerdo completamente marrón salvo por las flores. “Acá está mi tía, decía mi madre con los ojos tristes, envuelta ella en quién sabe qué imágenes, mientras se esforzaba para que las flores embellecieran un poco esa angustia que no sé si estaba fuera o dentro de mí.

Ahí, en ese instante, la palabra olvido atravesó mi pensamiento y se instaló para siempre. Mamá era el único contacto con esa tía-abuela, con ese pasado que se cernía oscuro de ausencias y de rostros. Mamá era el enlace entre sus muertos y yo. Cuando ella se vaya quién se acordará de sus muertos, quién será capaz de describir la sonrisa de ese nombre borroso que alguna vez fue mujer, madre, hermana, tía, hija.

Qué quedará de su voz, de sus gestos, de su perfume… Nada, sólo sensaciones en la cabeza de mi madre que se perderán con ella. Supe que no quería eso para los míos.

Así comenzó mi batalla en contra del olvido, en un cementerio al que jamás volví pero que a pesar de todo vive en mi memoria en un recuerdo marrón, en la palabra “flores” porque, sin darme cuenta, les he puesto palabras a mis seres queridos o los he identificado con objetos cotidianos.

Cuando alguien dice “agua dulce” por ejemplo, me llega a la mente mi abuelita Mina; es inevitable que se aparezca con una taza verde. Con una flauta se presenta un primo con un pantalón azul y los bolsillos llenos de papeles multicolores. Con la palabra “papalote” llega mi hermano, con “canto” mi madre, con “bendición” mi hermana. Grandes amigos viven en “belleza”, “calidez”, “maravilla” y “gris”. Mi hija mayor puebla la palabra “mariposa”, en “bicicleta” o “paseo” una amiga que se quedó en el pasado. Así es siempre.

De esta manera voy por la vida ligera de equipaje pero en compañía de todos, y es tan maravilloso pensar que los míos respiran en las palabras como creer que alguna vez yo pueda habitar la palabra “melancolía”.

Por eso, si en algún momento se cuela una palabra extraña y se plasma, descolgada y sin sentido, en mitad de mis textos, no crean que será por error: suele ocurrir que a los míos les encante estar presentes, “vino” y “margaritas”…

4 comentarios:

*°·.¸¸.° Heidy °·.¸¸.°* dijo...

Nunca me había puesto a pensar en los nombres que les he dado a mis seres queridos, esos con los cuales los recordaré toda mi vida

Me encantó tu post.

Saludos

Tita dijo...

hahahahahahaha

cosita tan hermosa!!!!

Terox dijo...

En última instancia, todos seremos un recuerdo en la mente de alguien... a veces de alguien que ni siquiera nos llegó a conocer...

*°·.¸¸.° Heidy °·.¸¸.°* dijo...

Uyyy eso último que dijo Terox es realmente cierto.