No soy romántica...

No, no lo soy.

No soy romántica, no, pero la luna me abstrae de tal manera que mis pensamientos se transforman en volutas de humo que se dispersan en onduladas divagaciones, me emociono cuando mis pies cansados sienten el crujir de las quebradizas hojas otoñales, una oleada de placer toma el bus alborotado de mi sangre y recorre todo mi cuerpo cuando cierta melodía resuena en el aire nocturno, me fascina beber a sorbitos una taza de té mientras el sol decrece en el horizonte, pero no soy romántica aunque algunas suaves tonadas tienen la facultad de ponerme melancólica. Me encanta sentir el contacto de la mullida alfombra en mis pies desnudos, pero no soy romántica, lo aclaro tajantemente. Mi transportación se produce inmediata cuando leo un libro de poemas a la tenue luz de una lámpara barroca, amo las medias tintas, deliro por los brazos cálidos de un hombre suspirando en los míos sus secretos más íntimos, me muero por una caminata bajo el plenilunio, amo la penumbra, me encanta sentir el beso del viento acariciando mi rostro, los parques y la fronda me subliman, no soy romántica, me gustan las terminales de buses y la gente que se abraza en las despedidas y en los reencuentros, nada más hermoso que el humo de un cigarrillo escribiendo como un etéreo generador de caracteres los títulos de una película de Frank Sinatra. No hay nada más insuperable que el tañido de la campana de una iglesia llamando con metálica urgencia a sus feligreses. Nada como todo lo que he enumerado y muchas otras cosas que se me escabullen, nada como un cambio de miradas, nada como un rostro hermoso descubierto a la vuelta de una esquina, nada como el ritmo desenfrenado del corazón cuando sé que algo maravilloso me va a pasar al trasponer el umbral de una puerta, nada como el sonido de finos cristales que produce la seda del traje de la novia que avanza al altar con el rubor pintado en su rostro, nada como esto y lo otro y todas aquellas cosas que me acarician el alma, pero créanme por favor: no soy romántica, no…