¿Cómo vadear el verbo de la despedida? ¿Cómo cerrar una puerta sin que ningún corazón quede astillado? ¿Cómo susurrar un adiós y evitar que las lágrimas delaten las tribulaciones de nuestro ser? No debieran existir los aeropuertos ni las estaciones. No debiera existir la palabra lejanía.
¿Cómo mirar a los ojos a quien nunca más veremos? ¿Cómo tragarnos las semillas que luego crecerán en nuestra alma, cual enorme páramo de dolor? ¿Cómo pronunciar la palabra que nos conducirá al cadalso o al destierro? ¿Cómo decir adiós y gritar de contento? ¿Quién se va y quien se queda, en una dolorosa despedida? No hay color que iguale al color del abandono.
¿Cómo acallar las trompetas que suenan a despedida? ¿Cómo deshacer las notas que se engullen nuestros recuerdos? ¿Cómo afinar los violines para que no traicionen nuestros sueños? La canción más alegre suena a marcha fúnebre cuando el ser amado se aleja.
¿Cómo abrir las ventanas y esperar que la brisa nos llene de contento, si en esa misma brisa aún se mecen las palabras de su adiós pronunciado, un adiós que acomete en las sombras y el silencio? Una despedida destroza sueños y esperanzas, aniquila y desaloja de su centro el alma y el corazón del desdichado. Un adiós se pronuncia lento y se queda repicando en los espacios, como veneno que deja mal herido y que mata lentamente…
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