lunes, 15 de diciembre de 2008

Un cuento de Navidad.


“De pronto en el cielo nació una nueva estrella
era un alma buena que ascendía,
un coro de ángeles precedió su llegada
y manos sanadoras curaron sus terrenales heridas”




Era de noche y se sentía desorientado, durante un tiempo que le pareció interminable deambuló por diferentes calles, sin saber a ciencia cierta dónde lo dirigían sus pasos. De pronto se encontró frente a una puerta de madera que le resultó familiar; la miró sorprendido, reconociéndola a pesar del tiempo transcurrido; emocionado acarició su superficie mil veces pulida y un sinfín de recuerdos asaltó su mente. Estaba frente a lo que fuera su hogar, el hogar de sus años primeros, el hogar de la familia.

- Es vieja y aún aguanta – murmuró para sí, refiriéndose a la puerta. Había tenido razón su padre cuando la compró.

- Tendremos puerta para rato querida – había dicho a su madre para tranquilizarla por el gasto.

Con timidez tocó timbre, hacía mucho tiempo que no escuchaba ese sonido que una vez le fuera tan familiar. Otros timbres habían repiqueteado en sus oídos durante años, pero no ése.

Era el sonido de su infancia el que ahora escuchaba, junto a otros sonidos que llegaban desde el interior de la vivienda, como si nunca hubiese transcurrido el tiempo. Las voces de la familia. Las risas de mamá cuando servía sus comidas a toda “la barra” como ella cariñosamente los llamaba; la voz ronca de papá recitando piropos que inventaba para ella y se los decía cuando lo despertaba con una cálida taza de café en la mañana, sorprendiéndola siempre; las voces y risas de los hermanos alegrando el hogar y hasta su propia voz infantil.

A ellos también mamá los despertaba con una taza de café con leche y todas las mañanas cumplía con su rito de acariciarles juguetona la cabeza mientras depositaba un beso en la mejilla de cada uno, un beso con amor y con ruido, un beso de mamá. Eran buenos recuerdos.

El sonido también le trajo el recuerdo de noches como éstas, la noche previa a la Navidad, horas antes de la Nochebuena, cuando todos (los mayores principalmente), corrían tratando de ultimar detalles. Guirnaldas, flores, moños, una mesa con la mejor cristalería, luces y un precioso árbol con adornos multicolores y velitas que se prendían cuando la familia ya se sentaba a disfrutar de la cena navideña. A un costado, sobre una pequeña mesa, el tesoro de la familia, un pesebre cuyos integrantes habían sido tallados en madera por las propias manos de un ignoto bisabuelo austriaco, carpintero y artista.

Una sonrisa cruzó su rostro al recordar las asistencias obligadas a la Misa del Gallo junto con todas las mujeres de la familia, sólo los hombres mayores quedaban en la casa tomando vino y conversando, esperando la hora de la cena. Él y sus hermanos pedían quedarse con ellos pero madre, abuelas y tías los tomaban de la mano llevándolos aunque fuera a tirones.


Era un sacrificio para sus movedizas piernas la postura que requería la inmovilidad del rezo. En ésa época, ellos sólo entendían de golosinas y risas. Su mente estaba ocupada durante toda la ceremonia en la misma y fija idea, el regreso a la casa, el festejo, el sabor de los turrones y garrapiñadas, la alegría de la fiesta y el hormigueo en el estómago que le provocaba la ansiedad por saber cual sería el regalo que recibiría ese año.

Invasora una lágrima se deslizó por su barbuda y quebrada mejilla, luego otra, sus ojos se nublaron primero con una suave llovizna para dar paso a un torrente de doloroso y a la vez agradecido llanto. Nunca imaginó que volvería a esa puerta y a ese timbre, supuso que ése era su regalo de Navidad.

Se sentó en la escalinata mirando la noche, el cielo también se había vestido de fiesta, infinidad de estrellas parecían sonreír picarescas desde lo alto. En ese momento escuchó una vocecita a sus espaldas preguntando quien había llamado. Era la voz de una niña.

Con la dificultad que dan los años, se enderezó frente a ella mirándola con una sonrisa, no quería atemorizarla. Pronto se dio cuenta que la niña observaba atenta sin percatarse de su presencia, seguramente no entendía quien podría haber tocado el timbre. Con un gesto de desconcierto en el rostro, cerró y regresó corriendo junto a sus hermanos.

El hombre se sentía reconfortado, una agradable sensación lo embargaba totalmente, algo que nunca había experimentado. Miró por última vez la puerta y giró sobre sí mismo internándose en la noche, sintió que ascendía con cada paso que daba; ya era su hora. Un coro de ángeles lo precedía. Tras las estrellas le pareció que asomaba tranquilizadora la sonrisa de mamá.

- Vamos, vamos mi niño, te estamos esperando.

5 comentarios:

Rastros caníbales dijo...

bacano el cuento, un poco largo, pero intenso.
un abraso

*°·.¸¸.° Heidy °·.¸¸.°* dijo...

Aaaaauch... me llegó!

Excelente cuento
Pudo tener su redención, su regalo de Navidad.

Me encantó

Anónimo dijo...

Espero que muchos vuelvan al hogar... antes de que ya no puedan nada comunicar... o nada que demostrar... espero que muchos entremos dentro de nosotros mismos y encontremos la felicidad y tranquilidad... pqrq que tengamos tiempo de disfrutar... antes de que sepamos que nuestro viaje está por terminar...

Alejandro C. Trejos C. dijo...

QUe cuento!!!, hermoso en su tristeza. Excelente.

Palas dijo...

Buon Natale!!!!!